Hace muchos años, había frazadas de lana de oveja, de algodón, sintéticas, de llama, de alpaca. Unos las producían masivamente en grandes empresas, otros, en la tranquilidad de su hogar o a través de un telar.
Todos usábamos mantas, nos protegíamos del frío, pero cada cual desarrollaba su propia técnica, que había sido creada según las necesidades de abrigo dadas por el clima del lugar.
Algunas culturas empezaron a dominar a otras, y así impusieron su propia técnica a las dominadas, que fueron obligadas a suprimir su cultura para apropiarse de una que les era ajena.
Ese intento de deculturación por parte de los dominantes, no fue cien por ciento efectivo. Es que los salvajes resistieron...Y en las noches los negros esclavos les cantaban a sus ancestros a través de extrañas danzas, incomprensibles para los gringos, y los aborígenes les rezaban a los dioses de la naturaleza.
De aquella imposición el Siglo XVI, XVII y XVIII, nacieron costumbres mixtas. Los aborígenes celebraban a la Virgen mientras agradecían al Sol.
Un día, la penetración cultural de los dominantes fue tal, que las mantas dejaron de ser distintas pero con un fin igual, abrigar, y pasaron a ser una superposición de parches.
El parche mayor nacía arriba, era de fibra sintética, y cubría casi toda la manta. A los costados colaboraba un parchecito de alpaca, y por allá, uno de hilo.
Los parches más chicos querían formar parte del más grande, que estaba dispuesto a reemplazarlos en el próximo invierno.
Un día que todavía no fue, la frazada será una sola. Pero cuando alguien mire de cerca, podrá ver que hay costuras desprolijas de aquí y allá, son las grietas del sistema, la globalización lo abarca todo, pero cuando hay imposición, aunque pasen miles de años, en algún momento, la tela cede.